Lo que me quedó de la muerte de
Salomón
Durante 19 años he trabajado en
Sambil, una empresa familiar que literalmente tomó el mango de la olla con los
centros comerciales en Venezuela; por ser familiar por supuesto tiene una
figura patriarcal (no en balde son una familia judía), pero bueno, no pretendo
erigirme como biógrafo de la familia Cohen, estoy muy lejos de eso que a fin de
cuentas incluso él mismo se encargó de contar su historia, pero de lo que si quiero hablar acerca del Ingeniero Salomón Cohen Levy, recientemente fallecido, es sobre su desarrollo y
evolución de quien fuera cabeza de familia.
La partida del señor Salomón me
sorprendió, tal vez porque la muerte en si misma es tan ambigua, tiende a
parecer material pero a la vez lo es, es tan íntima como pública y tan esperada
como rechazada, material como inmaterial y es que la misma vida es finita como
infinita. Pronto llegó el anuncio de sus exequias y las actividades ligadas al
duelo; la cita estaba acordada; me apreste a ir sin ninguna excusa a pesar de
ser conocido el hecho que no suelo compartir ningún tipo de celebración o conmemoración
de la empresa, ni siquiera un cumpleaños, pero ésta no era cualquier reunión,
era un momento de dolor y de mucho
impacto para toda la organización y que mal pudiera yo haber dado la espalda a
quienes de muchas formas me ayudaron a crecer, así que tome mi carro y me fui
al cementerio. A los pocos minutos de haber entrado a campo santo donde ya
estaban concentrados familiares, amigos y empleados, me encuentro con Fanny Milgran,
una mujer que es todo un personaje conocer, de cuna judía y quién me diera una
kipá para usarla de inmediato, además me explicó el por qué debía colocármelo
por supuesto con el respectivo “regaño” por mi desliz; lo saco de su bolso,
donde advertí que tenía como cinco más, tal vez para otro despistado como yo, acto seguido me ayudó a colocarlo como
cuando vistes al niño que llevas al colegio por primera vez y con la prisa del
tiempo corto, murmurando por mi pelo corto y como sujetarla.
No creo que merezca valor describir
el sepelio, todos han vivido uno, es parte de la vida y solo quiero describir
lo vivo, así que en lo sucesivo me referiré al Ingeniero Salomón, solo por su
nombre, nada más y es que solo me quiero referir a hechos concretos, medibles y
cuantificables de su vida sin necesidad de estar ni dentro del seno de la
familia, ni ser curador de su patrimonio, es solo de la vista del simple como
un modesto observador de la vida de otro hombre.
Salomón fue solo un albañil, un
simple albañil y esto es tan cierto que durante toda su vida se dedicó a la
construcción, fue su pasión y su carrera, hizo de las obras su pasión y a eso
no solo se consagró sino que involucró a sus hijos y a los hijos de sus
hijos, a sus amigos que se hicieron como hermanos no de sangre sino del alma y
camino, de esos que se consiguen en el al fino hilo del sendero vivir, como
Julio Ojea y José Manuel Liñares (disculpen los otros si llegasen a leer esto
pero son ustedes un tropel) los cuales edificaron no solo un edificio sino una
industria y más allá de ello un país porque en el trabajo es que se construye
un país.
Salomón uso regla para medir sus
acciones de manera justa, dividió su tiempo entre su familia, el trabajo, su
crecimiento personal y asistir a quien necesitaba, uso mandarria para tallar su
obra interior dando ejemplo de constancia, dedicación y trabajo para
alcanzar la excelencia, amor y ejemplos que dejó como herencia a su
descendencia y que esta sembró en la generación que engendró. Con el cincel
perfiló el carácter de sus hijos y claro comenzó con el suyo primero, tratando
así cada imperfección de manera que cada obra moral calzara sin alteración en
la construcción de sus vidas y formó en el concreto la firmeza del carácter
ante la adversidad, mantuvo la rectitud del nivel aplicándolo a la cortesía y
el respeto a sus semejantes, acto que vi y comprobé en sus hijos mientras que
de las barras de acero tomo la firmeza para erigir una industria creciente, aún
en los momentos más difíciles de la historia republicana de la mano de sus
colaboradores negándose a soltar de sus manos a ninguno que estuviera bajo su paraguas y a quienes cuidó por años, muchos o pocos como la señoras Cecilia Ba o Cristina, acto este que habla de su
integridad y correspondencia a esa fidelidad de muchos y de todos.
Y es que él se construyó en
ciudadano, que es el mejor de los títulos que se puedan tener, se labró como
padre y como amigo y se edificó como esposo, valores que parecieran perdidos
pero, que deben rescatarse para seguir construyendo una nación, como estoy seguro
seguiremos construyendo en esa visión de futuro que tuvo, por lo que es
necesario el compromiso, la constancia y el trabajo.
Y es que hay más en este hombre que
haber creado una marca comercial, hay ejemplos de ser humano dignos de copiar y
transmitir, hay valores que exaltar y seguir, por supuesto que tuvo fallas, fue
un humano pero no por eso se mancha el camino bueno y eso me recuerdan 3
acciones que aprendí y que el buen decir, el buen hacer, el buen creer.
En total mi asistencia a los actos
funerales de Salomón se constituyeron en una acción de meditación y reflexión
que como el acto perse acabó en el
mismo silencio y murmullo ahogado como comenzó, tan cálido el día como frio en
su proceder. Salomón partió entonces con el solsticio de verano, día de Jano
Bifronte, uno de los dioses en la mitología romana que era representado como un dios que
tenía dos caras mirando hacia ambos lados de su perfil. Era
el dios de las puertas, el dios de los comienzos y los finales el que
mira al pasado y mira al futuro. Me toca salir, en mi afán busco a Fanny Milgran y no la consigo así que llamé a la dueña del kipá para devolverlo,
pero no, no la quiso, me la dio como obsequio así que fue la kipá la compañera
de viaje, de un viaje en carretera y de un viaje espiritual, un viaje a la
conciencia de ser y del ser, un viaje místico de la vida contemplando la
muerte.
Que Ashem te guíe y te guarde, pues
partiste a su encuentro en la cita final.
¿La kipá? solo fue la llave de esta
reflexión.
Miguel A. Urbina R. .·.
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